Cada vez que escucho hablar del Atlas me entra un mono
terrible de volver.
Y es que, en las dos veces que he estado allí me lo he pasado como un puto enano.
Y es que, en las dos veces que he estado allí me lo he pasado como un puto enano.
Aquello tiene algo especial que engancha enseguida.
No sé si será por la sencilla honradez o por la avispada pillería en el regateo o por la desmesurada hospitalidad que tienen estas gentes de los pueblos bereberes, pero me tienen encandilado.
Hace más de siete años que conocí a Hassán (un muchacho que fue
nuestro cocinero en el refugio de Neltner) y hoy es el día que sigo recibiendo
sus felicitaciones por cada año nuevo. Joder, tengo amigos en mi propia ciudad
con los que hablo menos.
De sus montañas no creo estar a la altura de decir nada. No me veo capaz de
escribir algo mejor de lo que se haya dicho ya. Y como decimos en el documental “esto
hay que vivirlo”.
Este fue un viaje de esos que las casualidades de la vida te
regalan sin esperarlo. Yo nunca había pensado antes en ir al Atlas. Pero conocí a un grupo de montañeros
bañezanos que estaban organizando el viaje y a continuación me vi envuelto en
la aventura.
La relación que tenía con ellos hasta ese momento era
meramente profesional: Les rescatamos en el Curavacas, les rescatamos en los
Mampodres y les rescatamos en el Pico Bodón. Todo en el mismo año. Así que al final
acabamos siendo amigos, por razones o por cojones.
El caso es, que los dos únicos montañeros del grupo que seguían ilesos me
invitaron a formar parte de su ya mermada expedición. Y yo, echándole cojones y
haciendo frente a las supersticiones (que para eso soy un greiman) acepté
encantado en ir con ellos.
Dicen que aquello que no te mata, te hace más fuerte. Y así
precisamente, más fuerte, es la amistad que trajimos de ese viaje.
El porqué puedes juzgarlo tú mismo.PD- Pido disculpas a todos los que después de ver esta peli, se sientan con la irrefrenable necesidad de marchar para allá.
Hasta la próxima aventura...